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“The second creation” (Fixing the American Constitution in the Founding Era)
Por Jonathan Gienapp, Belknap Press, Harvard University Press, Cambridge, 2018.

Citar: elDial.com - CC6EEF

Copyright 2024 - elDial.com - editorial albrematica - Tucumán 1440 (1050) - Ciudad Autónoma de Buenos Aires - Argentina

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“The second creation” (Fixing the American Constitution in the Founding Era)

Por Jonathan Gienapp, Belknap Press, Harvard University Press,

Cambridge, 2018.

 

Por Walter F. Carnota

 

 

Sin temor a equivocarnos, el libro en glosa trata de los orígenes del constitucionalismo norteamericano, y en particular, de la primera década de existencia de la Constitución de Filadelfia de 1787. El tórrido verano en la “ciudad del amor fraternal” de ese año, que dio paso a la primera constitución escrita del mundo, trajo debates sucesivos como la ratificación en los diversos Estados en 1788, la publicación de los ensayos de The Federalist en su apoyo y la instalación de las autoridades federales, el presidente George Washington y el primer Congreso, al año siguiente. Durante la década subsiguiente, diversas contiendas agitarían las aguas del nuevo “sistema” instaurado, dando lugar a re-lecturas y nuevas “creaciones” del texto aprobado[1], prueba de que aún una Constitución textual está impregnada de vida. El “constitucionalismo intensivo”[2] de la era revolucionaria continuaría un tiempo más.

 

En especial, en la primigenia Legislatura se vieron escenificadas las controversias que rodearon a la sanción de las Diez Primeras Enmiendas (luego conocidas como “Bill of Rights”), es decir la declaración de derechos que el texto originario carecía, su intercalado o no, las discusiones sobre la remoción de los miembros del gabinete ejecutivo, las disputas por la incorporación del Banco de los Estados Unidos y por la aprobación del Tratado comercial con Gran Bretaña obra del presidente de la Suprema Corte John Jay. Época en que como se dijo quien presidiera la Convención Constituyente era jefe del Estado (Washington) y otras figuras patricias (“Founding Fathers”) desempeñaban roles ejecutivos como Thomas Jefferson (secretario de Estado) y Alexander Hamilton (secretario del Tesoro).

 

Al fragor de estas luchas, se empezarán a conformar dos bandos o facciones, antecedentes del bipartidismo norteamericano actual: los federalistas, que propugnaban la construcción de un gobierno nacional fuerte, y los anti-federalistas o republicanos, proclives a resaltar la “soberanía del pueblo” que luego los veremos permanentemente enfrentados, como en la controversia que rodeó a Marbury v. Madison.

 

Gienapp focaliza el centro de su atención en otro prócer: James Madison (justamente, el demandado rebelde en el célebre caso que inaugura el control de constitucionalidad), que será sucesivamente convencional en Filadelfia, miembro de la Convención de Virginia que ratificará el documento cimero e integrante de la Cámara de Representantes (luego, a comienzos del S. XIX, será Secretario de Estado por ocho años y Presidente por otros ocho). Y con él rastrea una evolución en cómo se comenzó a “imaginar” la Constitución: de un producto inacabado, insusceptible de barreras escritas (“parchment barriers”) a un instrumento estable y fijo (“the fixed Constitution”), las antípodas de la Constitución británica dispersa e implícita. La relación entre lenguaje y poder empezó cada vez a ser más importante para Madison, hasta llegar a sentirse legatario de las sesiones constituyentes que había anotado y compendiado, a la vez de protagonizarlas.

 

Los norteamericanos comenzaron primero por visualizar su Constitución como lo habían hecho con la de su madre patria, una Carta evolutiva que se desarrollaba en el tiempo. Pero con el transcurso de los años, y de los referidos debates del primer decenio, concibieron a la Constitución como artefacto, como documento sagrado y como archivo: la “Constitución vitrina” que se puede observar en los National Archives de la capital norteamericana o, lo que en nuestro medio, Néstor Pedro Sagüés denomina “Constituciòn estatua”.

 

Resulta lógico que el autor, historiador de la Universidad de Stanford, sea algo escéptico de esta mirada “documentalista” de la Constitución, y se oriente hacia concepciones más orgánicas si se quiere. Siempre el eje, empero, será la figura proteica de Madison. En reiteradas partes del libro, habla de los moldes interpretativos de la Constitución, aunque sin necesariamente llamarlos de ese modo, trazando el tránsito de la “invención” (casi con términos de la física newtoniana) a la “excavación” de procesos históricos.

 

La obra, escrita con precisión y certeza semánticas, evidencia un fructífero diálogo entre historia, lenguaje y derecho. El libro demuestra el telón de fondo (backstage) del primitivo desenvolvimiento de categorías basales del constitucionalismo.

 

 

 



1Sobre “escritura” y “lectura” constitucionales, CARNOTA, Walter F., Elaboración de Normas Constitucionales, Córdoba, Editorial de la Universidad Nacional de Córdoba, 2020, p. 193.

[2] BROWN, H. LOWELL, The American Constitutional Tradition (Colonial Charters, Covenants, and Revolutionary State Constitutions, 1578-1780), Fairleagh Dikinson, Teaneck,  2017, p. 201.

Citar: elDial.com - CC6EEF

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